CANCÚN, Quintana Roo, lunes 28/04/25.- Jhony Alamilla Castro) El cinismo y el abuso de poder convirtieron a un ex futbolista casi iletrado en secretario de la Comuna, lo que es una franca violación a la ley, pero a Morena y al PVEM les valió madres.

En el Ayuntamiento de Benito Juárez (Cancún), la ley se ha convertido en un adorno prescindible, un eco lejano que se desvanece ante el cinismo de quienes ostentan el poder.

Pablo Gutiérrez Fernández, elevado en 2022 al cargo de síndico municipal, es el retrato vivo de esta decadencia institucional. Su trayectoria es tan breve como insuficiente: un bachillerato a medio pulso, cursos básicos de administración y un efímero paso por la segunda división del fútbol mexicano.

Nada que se acerque a los requisitos que el Reglamento Orgánico Municipal, en el artículo 29, fracciones III y IV, establece con claridad: una licenciatura relacionada con la administración pública y al menos dos años de experiencia profesional en el ramo. Gutiérrez no cumple ni por asomo. No tiene cédula, no tiene título, no tiene preparación.

Lo que sí tiene es un nombramiento que lo sostiene en el cargo, como si el mérito fuera un lujo y la ley, una sugerencia.

Esta anomalía trasciende el simple incumplimiento burocrático; huele a delito. La usurpación de profesión, considerada en el Código Penal, podría estar en juego, y con ella, la validez de cada documento que Gutiérrez haya firmado con la abreviación de Lic. Pablo Gutiérrez y no de Pablo Gutiérrez.

¿Cuántas decisiones oficiales penden de un hilo legal que él mismo ha roto? El nombramiento de 2022, documentado y exhibido públicamente, no es solo una afrenta al reglamento: es una bofetada a la ciudadanía que observa cómo las normas se retuercen para amparar a los ineptos.

La pregunta es ¿Quién lo puso ahí? ¿Qué intereses lo sostienen? En México, parece ser que el juego de influencias y la impunidad un arte, la presencia de Gutiérrez Fernández no parece un error, sino una pieza más de un sistema que premia la mediocridad y castiga el escrúpulo.

La evidencia está a la vista, las violaciones al reglamento son innegables, y el silencio de las autoridades, ensordecedor. En una ciudad acostumbrada a la violencia, este caso pasaría como uno más en la larga lista de abusos tolerados.

Pero no debería. Cada día que Gutiérrez permanece en su puesto en el poder, Cancún está en unas manos ineptas, no solo es inútil: es peligroso. No basta con señalar la irregularidad; hay que arrancar de raíz la complicidad que la permite.

Porque en Benito Juárez, como en tantos rincones de México, la verdadera usurpación no es solo de un cargo, sino de la confianza pública.