TIZIMÍN, Yucatán, viernes 03/01/25.- (JAC) La Feria de Tizimín, celebrada con orgullo por sus organizadores, quedó manchada por un acto inhumano que ha despertado una ola de indignación: El maltrato a un indefenso perrito.

Durante una corrida, un “vaquero” lazó a un perro callejero que deambulaba por el ruedo, arrastrándolo cruelmente frente a decenas de espectadores que, en lugar de intervenir, reían y grababan el aberrante suceso.

DECADENCIA EN LOS VALORES: Este acto de crueldad no solo deja al descubierto la indiferencia hacia el sufrimiento animal, sino que también pone en tela de juicio los valores que nuestra sociedad celebra. ¿Cómo es posible que un acto tan violento sea tolerado y hasta disfrutado por un grupo de personas?

Defensores de animales y rescatistas no tardaron en alzar la voz, exigiendo justicia para el perro maltratado y sanciones ejemplares para el agresor. Además, este lamentable incidente ha renovado el debate sobre el papel de las ferias en nuestra cultura, muchas de las cuales han sido señaladas previamente por prácticas que atentan contra el bienestar animal.

LA LEY RUFO: En Yucatán, el maltrato animal es un delito tipificado en el Código Penal, y recientemente se aprobó la “Ley Rufo”, que impone penas de hasta 10 años de prisión para actos de crueldad contra animales. Esta legislación fue un avance significativo, pero su efectividad depende de su aplicación rigurosa. En este caso, las autoridades tienen la oportunidad de demostrar que el Estado no tolerará más actos de barbarie disfrazados de tradición.

CALLA EL ALCALDE: Adrián Quiroz Zapote, quien recientemente propuso que la Feria de Tizimín sea declarada patrimonio cultural, enfrenta ahora duras críticas. Para muchos, el espectáculo ha perdido legitimidad al permitir que se perpetúe un acto tan vergonzoso. Varias voces han sugerido que se cancele la feria como medida de protesta y para enviar un mensaje contundente de rechazo a la violencia animal.

El problema de fondo va más allá de este incidente; se trata de una crisis de valores en la que el sufrimiento de un ser vivo se trivializa. Urge una reflexión profunda como sociedad, pues la normalización de estas conductas nos afecta a todos. La violencia no puede ser la base de nuestras celebraciones.

ESCENARIO DE VERGÜENZA: La Feria de Tizimín debería ser un escaparate de tradición y orgullo, pero este año se convirtió en un escenario de vergüenza. El maltrato al perro callejero, que fue lazado y arrastrado frente a decenas de personas, no es un hecho aislado, sino un reflejo inquietante de nuestra insensibilidad como sociedad.

Lo más alarmante no es solo la acción del “vaquero”, sino la reacción de quienes estuvieron presentes: risas, burlas y grabaciones. Esa pasividad cómplice muestra una falla moral que trasciende el evento. ¿En qué momento perdimos la capacidad de sentir empatía por los seres vivos que comparten el mundo con nosotros?

El maltrato animal no es un tema menor, es un indicador de nuestra humanidad. Sociedades avanzadas han entendido que la forma en que tratamos a los animales refleja quiénes somos. En Yucatán, contamos con la “Ley Rufo”, un marco legal que representa un avance histórico al castigar la crueldad animal con severidad. Pero, ¿de qué sirve una ley si se queda en el papel?

CASTIGO PARA EL “POCH” VAQUERO: Este caso en Tizimín es una prueba para las autoridades. El agresor debe enfrentar las consecuencias legales, y el mensaje debe ser claro: Yucatán no tolerará actos de crueldad. Pero también es una prueba para nosotros, como sociedad. Cada persona que estuvo en esa feria y no hizo nada es parte del problema.

Adrián Quiroz Zapote, quien promueve que esta feria sea patrimonio cultural, debe reflexionar profundamente. ¿Queremos que nuestras tradiciones se asocien con la barbarie y la insensibilidad? La cultura no puede ser excusa para la violencia.

Es momento de cuestionar qué tipo de sociedad queremos construir. Los actos de maltrato animal no solo afectan a las víctimas inmediatas; nos deshumanizan a todos. Cambiar esta realidad requiere valentía, educación y, sobre todo, empatía.

No permitamos que el sufrimiento sea parte de nuestras celebraciones. La humanidad de una sociedad se mide en cómo trata a los más vulnerables.