MOSCÚ, Rusia, martes 23/01/2024.- No mucho después de la muerte del fundador de la Unión Soviética en 1924, un popular poeta tranquilizó y conmovió al afligido país con estas palabras: “Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá”.

Un siglo después, la alguna vez omnipresente imagen de Vladímir Lenin es en gran medida un recuerdo marginal en la Rusia moderna, a pesar de esas famosas líneas del escritor revolucionario Vladímir Mayakovsky. El mausoleo de la Plaza Roja, donde yace su cadáver embalsamado en un sarcófago abierto, ya no es un lugar de peregrinación casi obligatorio sino un lugar kitsch macabro, abierto sólo 15 horas a la semana. Atrae a muchos menos visitantes que el Zoológico de Moscú.

El rostro con barba de chivo e intenso resplandor que alguna vez pareció inevitable todavía mira fijamente desde las estatuas, pero muchas de ellas han sido el objetivo de bromistas y vándalos. El de la estación Finlandia de San Petersburgo que conmemoraba su regreso del exilio fue alcanzado por una bomba que le dejó un enorme agujero en el trasero. Muchas calles y localidades que llevaban su nombre han sido rebautizadas.

La ideología que Lenin defendió y difundió a lo largo de un vasto territorio es una especie de distracción secundaria en la Rusia moderna. El Partido Comunista —aunque es el grupo de oposición más grande en el parlamento— tiene sólo el 16% de los escaños, sobrepasado por Rusia Unida, la base del poder político del presidente Vladímir Putin.