MÉRIDA, Yucatán, lunes 06/06/22.- Especialistas del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) anunciaron el descubrimiento de una representación del joven Dios del Maíz, en la Zona Arqueológica de Palenque, Chiapas, que corresponde al periodo del Clásico Tardío (600-850 d.C.).

Es el primer hallazgo en el sitio de una cabeza estucada de esa importante deidad maya y el descubrimiento ocurrió durante la temporada 2021 del proyecto “Conservación arquitectónica y de los acabados decorativos de El Palacio”.

Ese plan tuvo recursos del Fondo de Embajadores del Departamento de Estado para la Preservación Cultural, auspiciado por el Gobierno de Estados Unidos.

En julio de 2021, el equipo interdisciplinario que integra la iniciativa, codirigida por el arqueólogo Arnoldo González Cruz y la restauradora Haydeé Orea Magaña, observó una cuidadosa alineación de piedras mientras retiraban el relleno de un pasillo que conecta las habitaciones de la Casa B de El Palacio con los de la adyacente Casa F de la Zona Arqueológica de Palenque.

En el receptáculo semicuadrado, formado por tres paredes, y bajo una capa de tierra suelta emergieron la nariz y la boca semiabierta de la divinidad.

Conforme avanzó la exploración, se constató que la escultura es el eje de una rica ofrenda que se dispuso sobre un estanque de piso y paredes estucadas de casi 1 metro de ancho por 3 m de largo, aproximadamente, para emular el ingreso de ese Dios al inframundo, en un entorno acuático.

“El descubrimiento del depósito nos permite empezar a conocer cómo los antiguos mayas de Palenque revivían de manera constante el pasaje mítico sobre el nacimiento, la muerte y la resurrección del Dios del Maíz”, explicó el investigador del Centro INAH Chiapas, Arnoldo González Cruz.

El arqueólogo y sus colegas Carlos Varela Scherrer y Wenceslao Urbina Cruz, quienes asistieron como jefes de campo, explicaron que la cabeza estucada con una longitud y un ancho máximos de 45 cm y 16 cm, respectivamente, y 22 cm de altura, guardaba una orientación este-oeste, lo que simbolizaría el nacimiento de la planta del maíz con los primeros rayos del Sol.

La escultura, que debió ser modelada alrededor de un soporte de piedra caliza, tiene características gráciles: el mentón es afilado, pronunciado y partido; los labios son finos y se proyectan hacia afuera, el inferior ligeramente hacia abajo, y muestran los incisivos superiores.

Los pómulos son finos y redondeados, y los ojos, alargados y delgados. De la frente amplia, larga, aplanada y de forma rectangular, nace una nariz ancha y pronunciada.

Otros vestigios, por demás significativo, son los fragmentos de un plato trípode sobre el que se dispuso la escultura, ya que esta se concibió originalmente como una cabeza cercenada.

La idea surge al contrastar la iconografía del joven Dios del Maíz en otras piezas y documentos, como una serie de platos del periodo Clásico Tardío (600-850 d.C.), una vasija de la región de Tikal, del Clásico Temprano (150-600 d.C.), y representaciones en los códices Dresde y Madrid, en los que esa deidad o personajes vinculados a ella, aparecen con la cabeza cortada.

Por el tipo cerámico del plato trípode que acompañaba la cabeza del “Joven Dios del Maíz tonsurado”, calificativo que alude al cabello recortado del numen, el cual recuerda al maíz maduro, el contexto arqueológico ha sido fechado hacia el periodo Clásico Tardío (700-850 d.C.).

González Cruz explicó que el contexto arqueológico es resultado de varios eventos: el primero consistió en el uso del estanque como un espejo de agua para ver reflejado el cosmos.

Es probable que estos rituales, de carácter nocturno, partieran en la gobernanza de K’inich Janaab’ Pakal I (615-683 d.C.), y continuaran durante las de K’an Bahlam II (684-702 d.C.), K’an Joy Chitam II (702-711 d.C.) y Ahkal Mo’ Nahb’ III (721-736 d.C.).

Luego, quizás en el reinado de este último, clausuraron ese espacio de forma simbólica, rompiendo una porción del piso de estuco del estanque y retirando parte del relleno constructivo para depositar una serie de elementos: vegetales, huesos de animales, como codorniz, tortuga blanca, pez blanco y perro doméstico, conchas, quelas de cangrejo, fragmentos de hueso trabajado, pedazos cerámicos, tres fracciones de figurillas antropomorfas miniatura, 120 trozos de navajillas de obsidiana, una porción de cuenta de piedra verde, dos cuentas de concha, así como semillas y pequeños caracoles.

“La colocación de esos elementos estaba constituida de forma concéntrica y no por estratos, cubriendo casi 75% de la cavidad, la cual sellaron con piedras sueltas.

Algunos huesos de animales fueron sometidos a cocción, y otros tienen marcas de descarne y huellas de dientes, por lo que sirvieron para consumo humano como parte del ritual”, precisa el especialista.

Sobre la ofrenda se colocó una laja de piedra caliza con una pequeña perforación de 85 cm de largo por 60 cm de ancho, y 4 cm de espesor, no sin antes “sacrificar” el plato trípode, el cual fue roto casi por la mitad y una porción, con uno de sus soportes, fue colocada en el agujero de la laja.

Luego vino un lecho semicircular de tiestos y pequeñas almas de piedra, sobre el que se asentó la cabeza de la deidad, la cual se apoyó lateralmente con los mismos materiales.

Por último, todo el espacio sería clausurado con tierra y tres muros pequeños, dejando la cabeza del joven Dios del Maíz dentro de una especie de caja, donde permaneció oculta por alrededor de mil 300 años.

Como la pieza se halló en un contexto de humedad, actualmente se encuentra en un proceso de secado paulatino, para luego dar paso a su restauración, a cargo de especialistas de la Coordinación Nacional de Conservación del Patrimonio Cultural, del INAH.