MÉRIDA, Yucatán, martes 08/03/22.- El V arzobispo de Yucatán, monseñor Gustavo Rodríguez Vega, brinda un mensaje para esta Cuaresma 2022, en el que destaca que la alegría del cristiano brota de la aceptación de la buena noticia de la muerte y resurrección de Jesús.  

Resume el Misterio de un amor «tan real, tan verdadero, tan concreto, que ofrece una relación llena de diálogo sincero y fecundo».  

“Quien cree en ese anuncio rechaza la mentira de pensar que somos quienes damos origen a nuestra vida, porque en realidad nace del amor de Dios Padre, de su voluntad de dar la vida en abundancia”, dice el Arzobispo.  

En cambio, si preferimos escuchar la voz persuasiva del «padre de la mentira», corremos el riesgo de hundirnos en el abismo del sinsentido, experimentando el infierno aquí en la tierra.  

En la Cuaresma 2022, monseñor Rodríguez Vega se dirige a todos con las palabras del Papa Francisco en su Exhortación Apostólica ‘Christus vivit’: «Mira los brazos abiertos de Cristo crucificado, déjate salvar una y otra vez. Y cuando te acerques a confesar tus pecados, cree firmemente en su misericordia que te libera de la culpa. Contempla su sangre derramada con cariño y déjate purificar. Así podrás renacer, una y otra vez».  

“El Señor nos vuelve a conceder este año un tiempo para celebrar con el corazón renovado el gran Misterio de la muerte y resurrección de Jesús, fundamento de la vida cristiana personal y comunitaria. Debemos volver continuamente a este Misterio, con la mente y con el corazón, porque no deja de crecer en nosotros en la medida en que nos dejamos involucrar por su dinamismo espiritual y lo abrazamos, respondiendo de modo libre y generoso”, asevera.  

A pesar de la presencia -a veces dramática- del mal en nuestra vida, este espacio se nos ofrece para conocer la voluntad tenaz de Dios de no interrumpir el diálogo de salvación con nosotros. En Jesús crucificado, a quien «Dios hizo pecado en favor nuestro», ha llegado esta voluntad hasta el punto de hacer recaer sobre su Hijo todos los pecados.  

“Dios es nuestro aliado”  

La cruz se comprende mejor por sus efectos que por sus causas. Y ¿cuáles han sido los efectos de la muerte de Cristo? Hemos sido justificados por la fe en Él, reconciliados con Dios y estamos llenos de la esperanza de una vida eterna.  

La cruz de Cristo ha cambiado el sentido del dolor y del sufrimiento humano. Todo sufrimiento, físico y moral ya no es un castigo, una maldición. Ha sido redimido en raíz desde que el Hijo de Dios la tomó sobre sí.  

¿Cuál es la prueba más segura que la bebida que alguien te ofrece no está envenenada? Si él bebe delante de ti de la misma copa.  

Así lo ha hecho Dios: en la cruz ha bebido, delante del mundo, el cáliz del dolor hasta su profundidad. Así ha mostrado que no está envenenado, sino que hay una perla en el fondo.  

Y no sólo el dolor de quien tiene fe, sino de todo dolor humano.  

Él murió por todos. «Cuando yo sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos a mí».  

«Sufrir -escribió san Juan Pablo II desde su cama de hospital después del atentado- significa hacerse particularmente receptivos, abiertos a la acción de las fuerzas salvíficas de Dios ofrecidas a la humanidad en Cristo».  

Gracias a la cruz de Cristo, el sufrimiento se ha convertido en una especie de «sacramento universal de salvación» para el género humano.  

Pero, ¿cuál es la luz que esto arroja sobre la situación dramática que hemos estado viviendo por la pandemia?  

Más que las causas, debemos mirar los efectos negativos y positivos.  

La pandemia del Coronavirus nos ha despertado bruscamente del peligro mayor que siempre han corrido los individuos y la humanidad: el delirio de omnipotencia.  

Bastó el más pequeño y deforme elemento de la naturaleza, un virus, para recordarnos que somos mortales, que la potencia militar y la tecnología no bastan para salvarnos.  

Hermanos: dejemos a la generación que venga a un mundo más pobre de cosas, pero rico en humanidad.  

La Palabra de Dios nos dice qué es lo primero que debemos hacer en momentos como estos: gritar a Dios.  

Es él mismo quien pone en labios de los hombres las palabras que hay que gritarle, a veces incluso palabras duras, de llanto y casi de acusación: «¡Levántate, Señor, ven en nuestra ayuda! ¡Sálvanos por tu misericordia! ¡Despierta, no nos rechaces para siempre!». «Señor, ¿no te importa que perezcamos?».  

Miremos a Aquel que fue «levantado» por nosotros en la cruz. Adorémoslo por nosotros y por todo el género humano. Quien lo mira con fe no muere. Y si muere, será para entrar en la vida eterna.  

Jesús predijo: “después de tres días, resucitaré”.  

Nosotros también, después de estos días de pandemia, nos levantaremos y saldremos de las tumbas de nuestros hogares. No para volver a la vida anterior como Lázaro, sino a una vida nueva, como Jesús. Una vida más fraterna, más humana. ¡Más cristiana!  

«No nos cansemos de hacer el bien»  

Ahora bien, haciendo eco al mensaje del Papa Francisco para este tiempo de Cuaresma, que todos nuestros problemas diarios no nos desalienten ni disminuyan la esperanza.  

Afirma el Papa Francisco: “Frente a la amarga desilusión por tantos sueños rotos, frente a la preocupación por los retos que nos conciernen, frente al desaliento por la pobreza de nuestros medios, tenemos la tentación de encerrarnos en el propio egoísmo individualista”, porque Dios «da fuerzas a quien está cansado y acrecienta el vigor del que está exhausto”.  

La Cuaresma nos llama a poner nuestra fe y esperanza en el Señor, porque sólo con los ojos fijos en Cristo resucitado podemos acoger la exhortación del Apóstol: «No nos cansemos de hacer el bien».  

Hay que resistir a tantas tentaciones que invitan al desánimo y a bajar la guardia, ya que, peligrosamente empujan a dejar de hacer el bien a tantos hermanos necesitados de ayuda y oración.  

Que la vivencia orante de la Cuaresma nos permita experimentar el consuelo de la fe en Dios, sin el cual no podemos tener estabilidad y paz. Nadie se salva solo, porque estamos todos en la misma barca en medio de las tempestades de la historia, pero sobre todo, nadie se salva sin Dios, porque sólo el misterio pascual de Jesucristo nos concede vencer las oscuras aguas de la muerte.  

La Conversión  

Esta Cuaresma de 2022 inicia bajo dos signos: el de la sinodalidad y la invasión violenta de Rusia sobre Ucrania en una guerra injusta y cruenta, así como la violencia que se vive en México.  

Ambos signos deben colorear nuestra conversión.  

En El Vaticano tendrá lugar el Sínodo de la sinodalidad; en América Latina se celebró en noviembre la Primera Asamblea Eclesial Latinoamericana; en México se realizará la Asamblea Eclesial Mexicana y hemos realizado una Asamblea Eclesial Yucateca: todo esto significa un fuerte llamado a los pastores del pueblo de Dios, obispos, sacerdotes y diáconos para convertirnos a la apertura de los oídos a la escucha amorosa del Pueblo de Dios.  

También significa un llamado a todos para aprender lo que significa un verdadero diálogo en busca de la verdad, en el respeto a todos, y a los miembros del Pueblo de Dios a tomar su responsabilidad como bautizados para llevar el Evangelio a todos los espacios.  

La invasión violenta a Ucrania y todas las formas de violencia que conocemos son un llamado a todos a convertirnos en constructores de la paz, sembrando la paz en nosotros mismos, en las familias, y en todos los espacios donde nos movemos.  

Aprovechemos todos los espacios educativos, comenzando por la familia y siguiendo la primaria, secundaria, preparatoria, universidad y post grados, para educarnos en la paz.  

El llamado a todos para convertirnos en “palancas” espirituales desde la oración y la vida sacramental, para orar cotidianamente por la paz.   

El Misterio pascual  

Es saludable contemplar a fondo el Misterio pascual, por el que hemos recibido la misericordia de Dios.  

La experiencia de la misericordia es posible sólo en un «cara a cara» con el Señor crucificado y resucitado, «que me amó y se entregó por mí».  

Un diálogo de corazón a corazón, de amigo a amigo. Por eso la oración es tan importante en el tiempo cuaresmal. Más que un deber, nos muestra la necesidad de corresponder al amor de Dios, que siempre nos precede y nos sostiene.  

De hecho, el cristiano debe rezar con la conciencia de ser amado sin merecerlo. Ahora bien, la oración puede asumir formas distintas, pero lo que verdaderamente cuenta a los ojos de Dios es que penetre dentro de nosotros, hasta llegar a tocar la dureza de nuestro corazón, para convertirlo cada vez más al Señor y a su voluntad.  

Por eso, en este tiempo favorable, dejémonos guiar como Israel en el desierto para escuchar finalmente la voz de Dios, para que resuene en nosotros con mayor profundidad y disponibilidad.  

Cuanto más nos dejemos fascinar por su Palabra, más lograremos experimentar su misericordia gratuita hacia nosotros.  

No dejemos pasar en vano este tiempo de gracia, con la ilusión presuntuosa de que somos nosotros los que decidimos el tiempo y el modo de nuestra conversión a Él. No, no pensemos eso porque no es así. Sólo Dios es misericordioso.  

Que la Virgen María, que «conservaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón» nos obtenga el don de la paciencia y de la perseverancia final, para que permanezca a nuestro lado con su presencia maternal.  

Señor Jesús, Tú eres nuestra paz, mira nuestra Patria dañada por la violencia  

y dispersa por el miedo y la inseguridad.  

Consuela el dolor de quienes sufren. Da acierto a las decisiones de quienes nos gobiernan. Toca el corazón de quienes olvidan que somos hermanos  

y provocan sufrimiento y muerte. Dales el don de la conversión.  

Protege a las familias, a nuestros niños, adolescentes y jóvenes, a nuestros pueblos y comunidades.  

Que, como discípulos misioneros tuyos, ciudadanos responsables, sepamos ser promotores de justicia y paz para que en Ti, nuestro pueblo tenga vida digna. Amén.