MÉRIDA, Yucatán, domingo 08/11/20.- De la tartamudez y la tragedia a la Casa Blanca, a sus ya casi 78 años de edad: Joe Biden le ganó al polémico Donald Trump, y se convirtió en el presidente 46 de los Estados Unidos.

Cuando iba a comenzar el primero de sus seis períodos de senador por Delaware, una semana antes de la Navidad de 1972 su esposa Neilia y su hija Naomi murieron en un accidente: su furgoneta chocó contra un camión. Los dos hijos varones quedaron mal heridos. Además, su hijo Beau murió prematuramente  a los 46 años, a causa de un cáncer cerebral.

Los sueños de Biden se cumplieron: “De esta casa a la Casa Blanca, con la gracia de Dios”, escribió Joe Biden en uno de los puntos finales de su campaña por la presidencia de los Estados Unidos.

Tiene una vida entera dedicada a la política -senador durante 36 años, vicepresidente durante ocho-, y una capacidad para negociar con el adversario, aunque también tiene gran capacidad para superar el dolor de la tragedia personal.

Nació en Scranton, Pensilvania, el 20 de noviembre de 1942 y jurará como mandatario número 46, el de mayor edad al asumir, con los 78 años que tendría en enero. No resultaría un extraño en la sede del gobierno ya que fue vicepresidente de Barack Obama en los dos términos de 2008 a 2016; mucho menos en Washington DC, donde durante 36 años trabajó como senador del estado de Delaware.

De aquella casa de Scranton salió por primera vez a los 13 años, cuando su padre perdió el principal de sus dos empleos -vendía automóviles usados-, y vislumbró un futuro mejor en Delaware. Con sus cuatro hijos, de los cuales Joe era el mayor, Jean Finnegan y Joseph Biden se instalaron en Mayfield, un suburbio de Wilmington. De aquella crianza sacó ese aire a persona común, de trabajo -un gran aporte a la fórmula de Obama, quien gustaba más entre los jóvenes y la gente más educada-, aunque hace rato que su patrimonio superó el millón de dólares.

Además del catolicismo, sus padres le enseñaron la resistencia, la capacidad de ser fuerte pero elástico para prevalecer, sea ante los desafíos de la vida -Biden sufrió un tartamudeo en la infancia, que superó con una ejercitación muy esforzada-, como ante la tragedia, que lo puso a prueba con golpes bajos. “La medida de un hombre no es cuántas veces lo tiran al suelo, sino la velocidad a la que se levanta”, solía decirle el padre.

La madre ofrecía consejos menos abstractos. En una ocasión Biden llegó llorando a la casa, afectado por el bullying de otro niño en la calle y Jean, en lugar de consolarlo, le sugirió que al día siguiente le diera una trompada en la nariz para zanjar el asunto. “Así podrás caminar tranquilo”, le dijo.

En Delaware logró ingresar en la prestigiosa Archmere Academy; trabajó como limpiador de ventanas y desmalezador para ayudar a que sus padres pagaran esos estudios. Luego se inscribió en historia y ciencia política en la Universidad de Delaware (aunque más le interesaban las muchachas, según recordó) hasta que pasó a cursar derecho en Syracuse.

Llegó allí impulsado por la ambición, pero también por las mariposas que le habían quedado en la barriga tras un viaje de Spring Break a Bahamas, en 1961: había conocido a una estudiante de Syracuse, Neilia Hunter, y se había declarado “noqueado de amor a primera vista”. Debió esforzarse por mejorar su nivel mediocre de calificaciones para que lo aceptaran en la Escuela de Leyes, y acaso también para impresionar a la rubia. Se casó con ella en 1966.

De esos años datan algunos episodios menos refulgentes de su biografía, que fueron materia de memes en la combativa campaña electoral. En su primer año como estudiante de posgrado tuvo un problema: no citó adecuadamente una referencia, como lo describió luego. Siempre dijo que fue inadvertido. Sin embargo, cuando en 1988 lo acusaron de haber plagiado un momento emotivo de un discurso del laborista británico Neil Kinnock, sobre cómo alguien de orígenes humildes puede llegar a la universidad, sus adversarios comenzaron preguntarse si tendía al cut & paste.

Graduado y con tres hijos, Beau, Hunter y la bebé Naomi, Biden se lanzó a la improbable tarea de convertirse en senador por Delaware en competencia contra el republicano J. Caleb Boggs: tenía 29 años y su campaña fueron sus padres, su esposa y su hermana Valerie. Ganó.

Se disponía a comenzar el primero de sus seis términos por Delaware en el Senado cuando una semana antes de la Navidad de 1972 Neilia y Naomi murieron en un accidente: su furgoneta chocó contra un camión. Los dos hijos varones quedaron mal heridos. Una foto histórica ha recorrido los medios en las últimas semanas: el senador más joven que se hubiera elegido juraba su banca en el hospital donde cuidaba a los pequeños sobrevivientes de lo que había sido su familia.

Desde entonces se lo conoció como el político con más horas-tren de Capitol Hill: todos los días viajaba de ida y de vuelta entre Wilmington y Washington DC para poder estar con sus hijos, llevarlos a la escuela a la mañana y acostarlos en sus camas a la noche. Durante cinco años los crió solo, con la ayuda de su hermana Valerie; al cabo de ese tiempo, se casó con Jill Jacobs, su actual esposa, una profesora de educación terciaria, con quien tuvo otra hija, Ashley.

La pérdida de su esposa nunca se había retirado del todo de su vida; a veces aparecía como tristeza, otras como ira y salía a caminar con la ilusión de meterse en una pelea a puñetazos con alguien. En 1977, con dudas sobre su capacidad de entrar a un segundo matrimonio en esas condiciones, le preguntó a Jill si realmente podría casarse con alguien que tenía sentimientos tan fuertes por otra persona. “Cualquiera que haya amado tanto una vez puede volver a hacerlo”, le dijo ella. Biden sintió que la corriente de emociones entre ellos le daba lo que el duelo le había negado: “Permiso para volver a ser yo mismo otra vez”.

Antes de este intento de llegar a la Casa Blanca -el último, debido a su edad-, Biden manifestó el deseo en 1984, 1988 y 2008. Muchos ni siquiera cuentan el primer episodio, cuando quedó nominado Walter Mondale: tras hacer el anuncio quedó tan atrás que se retiró con elegante silencio. En 1988, en cambio, ganó dos delegados a la convención que terminó por proclamar a Michael Dukakis.

El último de esos golpes de la vida fue la muerte prematura de su hijo Beau, quien seguía sus pasos en la política pero, a los 46 años, sucumbió a un cáncer cerebral. Fue él quien lo convenció de volver a intentar la carrera por la presidencia, cuando todavía era vice.

Aunque no pudo entonces —su hijo mayor murió en 2015— Biden regresó a la contienda interna en 2019, y se convirtió en el candidato que enfrentó a Donald Trump: un esfuerzo que, de algún modo, para él quedó asociado a la memoria de su primogénito. En el clima de pendencia mutua entre demócratas y republicanos, el otro hijo, Hunter, pareció ser la sorpresa de octubre —la bomba que, con regularidad sospechosa, cae en las campañas en Estados Unidos justo antes de las elecciones— cuando el New York Post publicó un correo electrónico que revelaba su posible tráfico de influencias con la empresa ucraniana Burisma.