Por Miguel II Hernández Madero

(Este artículo sólo refleja la opinión del articulista, no la del portal El Grillo)

MÉRIDA.- Hace años yo presumía de vivir en una ciudad tranquila, en un estado seguro, con gente noble, desconfiada, pero noble; en este siglo XXI las cosas ya no son así y lo peor es que ya dejaron de ser noticia los crímenes, asaltos y robos, para convertirse en algo habitual que ha hecho perder a quienes viven en Yucatán su capacidad de asombro.

Pensar que esto se debe a los “huaches”, es salirse por lo fácil. Es el resultado de muchas cosas, desde la llegada de estereotipos por medio de series extrajeras, hasta la presencia de yucatecos que se han ido al otro lado de la frontera en busca del “sueño americano” y han regresado como emergidos de alguna pesadilla urbana, para introducir las costumbres adquiridas en los barrios bajos de donde han tenido que sobrevivir “trabajando en lo que sea”.

Esto no es general, pues tenemos coterráneos que han afrontado situaciones difíciles en los Estados Unidos y han mantenido sus valores. Muchos municipios subsisten de los recursos enviados por sus familiares desde el vecino país del norte y en poblaciones como Cenotillo, Tekax (en comisarías), Motul y Espita, es evidente ese desarrollo, pues incluso se intenta copiar los estilos arquitectónicos de  casas en las poblaciones estadounidenses.

¿Es malo esto? No, pues el ser humano por naturaleza busca su bienestar. Lo malo está cuando el estilo de vida tan deshumanizado y egoísta se enquista en estas tierras y las nuevas generaciones no son capaces de asimilarlo y caen, por imitación, quizá queriendo alcanzar paradigmas sociales idealizados.

Así vemos bromas pesadas como dispararle diábolos de plástico a los transeúntes (total, no pasa nada), bandas neonazis agrediendo a los indefensos (como se llegó a reportar en Oxkutzcab), o adolescentes jugando a los secuestradores (total, es tan fácil planearlo y nada puede salir mal).

Pero no todo es culpa de los estereotipos, también juega mucho la irresponsabilidad y los conflictos sociales. En lo primero destaca la vida tranquila, sin aparentes preocupaciones de jóvenes de la clase media o media alta, que si no son ricos, tienen un trabajo estable y “ganan bien”, al menos para darse sus gustos unos cuantos días, sin medir las consecuencias, pues todo puede verse como una travesura, como por ejemplo subir un puente en el Anillo Periférico en sentido contrario (“qué más puede pasar”), o jugar a las carreras en las avenidas, pasarse un alto o manejar imprudentemente entre el tráfico y hasta subirse a unas escaleras eléctricas con todo y auto.

Pero en la cima de todo, tenemos a quienes haciendo uso de la riqueza o el poder, violan las normas sociales y legales con una sensación de impunidad, cuando para frenarlos basta que las instancias adecuadas apliquen la ley, sin fijarse en nombres, apellidos ni posición.

Decir que eso pasa en todos lados no es la respuesta adecuada, pues Yucatán no era el sitio igual a otros, era un lugar tranquilo y respetuoso, tanto por los nacidos aquí, como por quienes decidieron venir a disfrutar de ese clima seguro.

Es tiempo de recapacitar y darnos cuenta que Yucatán es nuestro hogar y no debemos estar dispuestos a perderlo.

Hasta la próxima…