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MÉRIDA.- Probablemente usted se enteró de que durante el pasado fin de semana se celebraron en Mérida y en casi cada pueblo y ciudad del interior del estado misas de primera comunión, con cientos de niños, niñas y adolescentes que, en medio del júbilo de sus familias, recibieron por primera vez la Eucaristía.
Tuve la oportunidad de estar en mi pueblo natal, Dzilam González, y compartir la alegría de esas primeras comuniones, un centenar en este caso. Fueron necesarias dos misas, una al atardecer y otra anocheciendo, para dar cabida en la iglesia local a todos los neocomulgantes y sus familiares. Luego por todos los rumbos de la población hubo fiestas, con las que cada familia quiso marcar el acontecimiento. Sillas y mesas se agotaron en las arrendadoras locales, y hubo que ir a buscar más en municipios vecinos.
En las pláticas de la fiesta fue tema obligatorio subrayar el esperanzador hecho de que tantos niños y niñas se estén formando bajo los valores de la religión, tan vilipendiada en la gran ciudad por quienes se sienten más allá del bien y del mal, dueños de la gran verdad porque saben leer y escribir, y adalides de una modernidad que ve en la moral y la ética solamente rémoras del pasado. Un niño que se forma bajo los preceptos del Catecismo tendrá una sólida base para formarse como hombre o mujer de bien, coincidimos en las charlas.
No puedo menos que agradecer la hospitalidad de mis familiares, amigos y paisanos en esa fecha tan especial, y el acontecimiento que citó también obliga a hacer algunos planteamientos en relación con los esfuerzos que hacen algunos, o muchos, por que todos aceptemos sin rechistar los “matrimonios” homosexuales.
Me parece que una gran parte de la sociedad, que está en contra de la legalización de esos “matrimonios”, peca de omisión al no hacer oír su voz, mientras que las de gais, lesbianas, travestís y demás, junto con las de sus simpatizantes, se escuchan con más estruendo, amplificadas por medios de comunicación (sobre todo del Centro del país, tan ideológicamente diferentes a la gente de provincia) que ven en la laxitud social una justificación a sus propios desvaríos, defendiendo a rajatabla derechos de minorías (así sean crecientes) sin decir una sola palabra de los derechos de las mayorías.
Como se asienta en el Artículo 1º de la Constitución federal, creo que todos, sin importar origen étnico o nacional, género, edad, discapacidades, religión, preferencias sexuales, etcétera, somos iguales ante la ley y tenemos los mismos derechos y obligaciones, los cuales deben respetarse y cumplirse sin regateos.
Además, respeto todas las opiniones, igual que exijo que se respeten las mías. Y para que se me entienda mejor, las asentaré aquí en puntos bien diferenciados.
1. Cada quien es libre de elegir su preferencia sexual, y nadie puede criticársela a menos que lesione o perjudique a alguien. Eso sí, como todos saben, e incluso Benito Juárez dejó asentado, los derechos de uno terminan donde empiezan los de los otros.
2. La sexualidad es una cuestión personal y privada, y por eso nadie tiene derecho a escudriñar o juzgar lo que cada quien, solo o acompañado, hace en la privacidad de cuatro paredes. Pero una cosa muy distinta es sacar la sexualidad a la calle, pasearla y exhibirla en medio del descaro y el escándalo, sin respetar el pudor, la fe, la creencia y la forma de ser de los demás, y en el camino proclamar la preferencia propia como si fuera la mejor y la óptima, la que va a salvar al mundo.
3. Los homosexuales y lesbianas tienen derecho a unirse entre sí, en parejas (hasta ahora es lo que piden, pero como van las cosas no tardarán en demandar que los dejen “casarse” en tríos, cuartetos o más), y qué mejor que lo hagan bajo una fórmula legal, que les permita protegerse mutuamente, tener seguridad social e incluso aspirar a una pensión, siempre y cuando, como todos, hayan pagado los impuestos correspondientes. Pero de eso a que exijan que su unión se llame “matrimonio” precisamente, hay una gran diferencia.
Los matrimonios “convencionales”, formados en una tradición que homosexuales y lesbianas tienen que respetar así como quiere ser respetados, están formados por un hombre y una mujer, que tienen como objetivo, aunque a muchos les disguste pensarlo, y aunque haya variantes y excepciones, procrear y perpetuar la especie, generando una sociedad con derechos y responsabilidades, entre las cuales está la de velar por todos sus integrantes, incluyendo niños y ancianos, que no pueden valerse por sí mismos.
Dos hombres o dos mujeres pueden amarse muchísimo, y querer unirse para toda la vida (aunque en general la experiencia muestra hasta ahora que el sexo es la motivación principal y la fidelidad muy efímera), pero su unión es de suyo improductiva en cuanto a descendencia, ¿y puede usted imaginarse que pasaría si ese tipo de uniones fuesen las predominantes en el futuro? La sociedad estaría cavando su propia tumba.
Que esas uniones se llamen como quieran, pero no matrimonio, una figura que, de entrada, esas personas han rechazado, así que, ¿para qué quieren llamarse así? ¿Les falta imaginación?
Me parece que si insisten los homosexuales en llamar matrimonio a sus uniones, nosotros los demás estaremos en total derecho de referirnos a sus preferencias como desviaciones sexuales, un término que les disgusta pero que por demás no es nuevo.
4. La adopción debe estar totalmente vedada a las uniones homosexuales, en primer lugar porque su propia naturaleza les impide procrear, así que su “pacto” no puede tener como objetivo criar niños, que no se pueden adquirir como si fueran perritos, gatitos o cualquier mascota, pues se correría el peligro de generar efectos perniciosos, incluyendo un mercado negro de bebés. E igualmente se deberían corregir o perfeccionar las leyes que propician la fecundación en laboratorio sólo para vender o entregar el “producto” a parejas que de entrada carecen del equilibrio que da la combinación hombre-mujer.
Mucha de la discusión en torno a los “matrimonios” homosexuales es sólo retruécanos con los que personas inconformes con su sexualidad, o su propia vida, tratan de imponer a la mayoría sus desviaciones sexuales, presentándolas como grandes avances de la humanidad, cuando la verdad es que existen desde principios de los tiempos, con la diferencia de que nunca habían sido objeto de una dialéctica tan expuesta en los medios de comunicación.
Y esas falacias argumentales incluyen la reacción pueril de criticar las fallas y errores de los matrimonios convencionales, o las omisiones de los gobiernos en el cuidado de la familia y sus eslabones más débiles, como si señalando los pecados de los demás, los suyos propios fueran aceptables y hasta plausibles.
Tan vacíos parecen ciertos sectores de la sociedad moderna, que quieren hacer de la sexualidad –para la cual actualmente hay más bien libertinaje que libertad– el objeto de su lucha social, habiendo tantas desigualdades, carencias y necesidades básicas por las cuales esforzarse. Pero hablar de la pobreza, la enfermedad y las desigualdades, o de la defensa de la familia, no resulta tan “vendedor” como hablar de sexo, la gran mercancía de siempre.
Que elijan la opción sexual de su preferencia, pero que no dañen a nadie. Si quieren respeto, que respeten. Y si buscan en quien volcar su cariño “paterno” o “materno” en pareja, que adopten sí, pero una mascota.- Gínder Peraza Kumán