ROMA.- El Vaticano guarda desde hace más de treinta años un informe detallado de la etapa más sangrienta de la represión militar en Argentina, redactado y dirigido al Papa por el general Ramón J. Camps, que ocupó la jefatura de la policía de Buenos Aires en los momentos más duros de la dictadura. En él se daba cuenta de la eliminación de más de cinco mil detenidos políticos desaparecidos, se exponía la metodología empleada en su exterminio, y se ofrecían explicaciones precisas sobre las actuaciones militares.
El informe, considerado ‘de alto secreto’, ha sido mantenido celosamente oculto por el Vaticano, que nunca admitió ni desmintió su existencia. Pero ahora debería de ser publicado, ya que el Papa Francisco ha mostrado su disposición de ‘abrir los archivos vaticanos para facilitar acceso a los documentos relacionados con la dictadura militar argentina’.
Al haber sido elaborado por el principal responsable de la represión militar a cargo del Ejército y la Policía durante la presidencia del general Videla, el informe ofrece la mayor credibilidad sobre los crímenes de Estado que describe. Y su importancia parece superior a cualquier documentación vaticana sobre las relaciones de complicidad o las tensiones que existieron entre los militares que ocuparon la Casa Rosada y la jerarquía católica. Porque podría aportar datos esenciales sobre miles de víctimas de la despiadada represión que Argentina sufrió entre 1976 y 1983, cuyo rastro se perdió en las mazmorras castrenses.
Fue el propio Ramón J. Camps quien puso en mis manos una copia del informe que había dirigido al Papa. Me mostró su contenidos, incluso me leyó de viva voz algunos de sus pasajes, con la intención de demostrarme que el baño de sangre que los centuriones dieron a su país era conocido y, según él, ‘bendecido’ no solo por la iglesia católica argentina sino incluso por el mismísimo Vaticano.
Corría el mes de enero de 1983. La dictadura militar, entonces presidida por el general Reynaldo Bignone, aún se mantendría once meses en el poder. Camps acababa de publicar un libro, lo que le impulsó a aceptar la entrevista que le propuse para el diario ‘Pueblo’, un periódico ya desaparecido que tenía gran difusión.
Camps me recibió en su domicilio, una vivienda moderna y lujosa en uno de los mejores barrios de Buenos Aires. Sobre la mesa de su despacho desmontó un revólver para mostrármelo con orgullo: un arma arrebatada a un guerrillero de Montoneros, al que se le encasquilló cuando quiso disparar a bocajarro contra el general.
Conversamos más de dos horas, con su esposa y su secretario como únicos testigos. Frío pero vehemente, tajante en sus juicios, Camps no puso objeción alguna a mis preguntas. ‘Los militares tenemos que sentirnos orgullosos de lo que hemos hecho’, proclamó. ‘Y por eso debemos asumir públicamente la responsabilidad de todos nuestros actos.’
Cuando le pedí datos exactos sobre ejecuciones extrajudiciales, me llevó hasta una voluminosa caja fuerte al otro lado de la habitación. Sobre ella, un cartel advertía: ‘no me obliguen a matar; no se acerquen aquí.’ De su interior extrajo un paquete de folios mecanografiados. ‘Este es el informe que he enviado al Papa’, me aseguró. Lo abrió y leyó una serie de cifras pausadamente, para permitir que yo las anotara con precisión:
‘Entre 1973 y 1979 hubo 2050 subversivos muertos en combate, de los que en torno a un millar y medio no fueron identificados’, aseguró. ‘Entre 1972 y 1976 hubo 548 muertos no identificados, y entre 1976 y 1979 fueron encontrados 729 cadáveres, de los cuales 371 no fueron identificados. Según mis informaciones, entre 1973 y 1979 fueron enterrados como NN 1.858 cuerpos en distintos cementerios.’
El general Camps me expuso su convencimiento de que el mundo entero estaba en guerra. ‘El Occidente cristiano se enfrenta, parece que sin la necesaria voluntad de triunfo, a una permanente agresión del marxismo’, repitió varias veces para argumentar su decisión de’informar por escrito a la máxima autoridad del cristianismo sobre la lucha librada en Argentina’.
Las declaraciones del general Camps publicadas en ‘Pueblo’ tuvieron un amplio eco internacional. Incluso la Prensa argentina -pese estar aún sometida a la dictadura militar- publicó amplios resúmenes. Camps podría haberlas desmentido ya que no fueron grabadas. Pero no lo hizo. Incluso las ratificó ante la Agencia Efe, después de caída la Junta Militar. ‘Romero es un subversivo’, dijo. ‘Porque le expliqué algunas cosas sobre los desaparecido y le conté que había enterrado a cinco mil de ellos. Pero lo comenté al margen de la entrevista, no para que lo publicara; y lo publicó igual.’
No desdecirse supuso a Camps una denuncia del Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que provocaría su procesamiento. ‘La próxima vez que vea a Romero le mataré’, llegó a decir en público. El general adujo un cáncer de próstata (que acabaría con su vida en 1994) y quedó detenido en el hospital del Ejército. Fui a visitarle, y llegué a su habitación colándome por las cocinas del sanatorio. Pero no quiso recibirme. Y le dejé una nota, explicándole que no pretendía hablar con él sino tan solo humillarle con mi presencia. Treinta dos años después de haberlo entrevistado recuerdo a Ramón J. Camps como uno de los personajes más repugnantes que he conocido.- http://www.elmundo.es/internacional/2015/04/30/55427fe722601dfc088b456c.html