Por Yolisbeth Ruiz García (periodistasenespañol.com).- Divorcio: Disolución del vínculo matrimonial. Término tan simple de comprender pero tan difícil de aplicar. Una mujer llega al matrimonio con el “sueño” de haber encontrado el amor de su vida, desea formar una familia y espera que este vínculo nunca se disuelva, pero la rutina, las responsabilidades y la violencia cobran otro matiz después de que se inicia el matrimonio.
Las razones pueden ser varias: infidelidad, pobreza, violencia o simplemente que se haya acabado el amor. Si una mujer solicita el divorcio es porque se le hace imposible vivir en pareja. Para el hombre no suele ser así, por alguna razón, los hombres prefieren mantenerse fuera del hogar pero pocas veces solicitan la disolución del vínculo matrimonial. En México, solo el 10% de las solicitudes de divorcio las interponen los varones.
Según el INEGI (Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática) el número de divorcios en México se ha incrementado considerablemente: en 2010 se registraron 86.042 disoluciones matrimoniales, mientras que en 2012 se produjeron 99.509. En 1980, 4 de cada 100 matrimonios terminaban en divorcio, pero en 2012, esta cifra se incrementó a 17 de cada 100. Con estos datos podemos entender que el lazo matrimonial está sufriendo una crisis, las células familiares se están disolviendo y la institución que representa la pareja va en descrédito.
Sin embargo, existen pocos datos que hablen de las consecuencias de un divorcio, ya que éste afecta a distintos ámbitos personales. Los individuos que han culminado su matrimonio asumen que tendrán que someterse a prejuicios sociales y familiares, también tendrán que sobreponerse laboral y económicamente, y a veces, el lado emocional queda en último plano pero sin duda tiene sus consecuencias en todo su desempeño. Es por ello que la decisión de divorciarse es un paso difícil, pareciera un salto al abismo pero en muchos sentidos, esa zozobra es elegida después de soportar el vacío de vivir con alguien que ha pasado a ser un extraño.
Santa, esposa y madre
En México se considera que la familia es un vínculo unido por Dios, y que el hombre no puede ni debe disolver. Casi el 75% de los mexicanos son católicos y bajo estos principios, el sacramento queda pactado “hasta que la muerte los separe”, así es que cuando alguien decide divorciarse, queda en pecado, cuanto menos. El prejuicio familiar y social tiene sus afectaciones emocionales principalmente para las mujeres, ya que éstas suelen padecer violación a sus libertades como mujer, los padres o hermanos quiere retomar el control sobre sus vidas para que no se les señale como mujeres libertinas. En pocas palabras, la sociedad mexicana piensa que una mujer divorciada está dispuesta a tener sexo con la primera persona que se le ponga enfrente y que ya no se le debe respetar porque no pudo “mantener su matrimonio” ni “retener a su pareja”.
Es decir, a ellas se les atribuye la responsabilidad de vencer o fracasar en pareja. La creencia popular dicta que si la mujer se descuida físicamente, no consiente al marido, o simplemente no cumple con los deseos sexuales que le impone su pareja está siendo “una mala mujer” y esto arrojará a su hombre a la calle. La culpa de un divorcio siempre la tiene la mujer. Ella es la causa de que un hombre le sea infiel, o de que haya pobreza en un hogar, porque no es buena administradora o de que la casa esté sucia porque “nadie sabe que hace con el tiempo”. Nada más misógino y machista, pero curiosamente son las ideas que nacen de las propias mujeres que criaron a nuestras parejas.
La lucha se vuelve más feroz cuando se comparten hijos en común. Tal pareciera que la mujer debe ser la encarnación viva de la Virgen María, entregándose en cuerpo y alma al cuidado de los hijos. Y lo hace, porque principalmente en ella cae la guardia y custodia de los menores, pero cualquier detalle para consigo misma (ir a tomar un café, salir de viaje o comprarse ropa), porque les parece que ello supone “abandonar” a sus hijos.
Por otro lado, la sociedad mexicana condena a la mujer divorciada que no cae en las garras de la depresión o manifiesta un mínimo de sufrimiento por la pérdida de su pareja. Una mujer que se divorcia, ya no tiene derecho a ser feliz. Así es el panorama para ellas: condenadas a la hoguera de los prejuicios. Afortunadamente las cosas van cambiando poco a poco, pero el ritmo es lento a pesar de las cifras crecientes.
Pensión alimenticia
La legislación en materia de pensión alimenticia varía un poco en las distintas entidades de México sin embargo conservan los mismos principios. Cuando una pareja se divorcia, el hombre debe aportar un promedio del 15% de su sueldo por cada “acreedor alimenticio” pero nunca será mayor al 50% de su salario. Cuando no hay una forma estable de comprobar ingresos, el juez determina la cantidad que deberá aportar en salarios mínimos por día. Por ejemplo, tres hijos equivalen a dos salarios. Teniendo en cuenta que el salario mínimo por día es de 67,29 pesos (3,86 euros), al mes debería recibir 2.018 pesos, o lo que es lo mismo, escasamente 116 euros.
En base a esas pensiones, la mujer que desea divorciarse debe valorar muy bien este aspecto. La decisión de divorcio implica que la mujer deberá “administrar” la cantidad otorgada y cubrir los gastos. Si, una mujer que se divorcia debe obtener ingresos invariablemente. En este curioso caso, hay mujeres que se divorcian porque suelen tener algún tipo de ingresos o ya han sido jefas de familia (que aportan ellas los gastos mayoritarios) aun estado casadas, pero en la mayoría de los divorcios, la mujer no cuenta con el ingreso suficiente como para hacerse cargo de una familia.
Ese es un punto interesante desde el punto de vista sociológico, puesto que es muy común escuchar casos de mujeres que prefieren vivir el “martirio” de un matrimonio descompuesto pero no padecer carencias. El argumento general será que se mantienen casadas por no hacer pasar carencias a sus hijos. Es general, muchas mujeres mexicanas no se creen capaces de llevar a una familia por sí solas, dependen económicamente del varón y no confían en la protección de las leyes.
En precario, pero digna y libre
Así, el dinero se vuelve una razón de peso para conservar un matrimonio violento: la mujer se siente vulnerable ante las carencias y se preocupa por la pobreza por la que puedan pasar sus hijos. Una mujer mexicana está dispuesta a sacrificarse a sí misma por el bienestar de sus hijos. El problema más grave es cuando ya ni estando casada se aseguran los alimentos de los pequeños. Es aquí cuando las madres sacan el carácter y hacen todo lo posible por resolver las carencias que afectan a sus niños.
Por otro lado, el sistema legal que dictamina la cantidad de dinero que debe obtener una mujer por concepto de pensión alimenticia se ve opacado por los vericuetos sociales y económicos. Nunca se otorga el dinero suficiente y en estos casos, la mujer divorciada debe cubrir los gastos diarios como puede. Ella sabrá lo que hace pero debe cumplir con sus obligaciones. Sí, porque, al parecer, el divorcio es “consecuencia de sus actos”.
Después de describir este panorama, se podrían entender las razones por las cuales muchas mujeres deciden vivir en pareja a pesar de sufrir violencia física, económica o emocional, pero también queda claro lo que una madre divorciada debe hacer para mantener a sus hijos.
Pareciera que la mujer que se divorcia lleva algo de vocación de suicida. ¿De qué tamaño habrá sido su dolor como para preferir el viacrucis del divorcio? Como sea, una mujer que se divorcia pierde los beneficios económicos pero conserva su dignidad y recobra su libertad.